sábado, 24 de julio de 2021

Drácula de Coppola

El viejo Conde Drácula

Con este Drácula de Coppola, titulado Drácula de Bram Stoker, me ocurre un poco lo mismo que con Sleepy Hollow: es una película que ya he visto muchas veces y que, de vez en cuando, vuelvo a visionar porque quiero conectar con ella. Y no lo consigo.

El problema me viene de la novela de Stoker. Está escrita en forma de cartas y anotaciones de los diarios de los distintos personajes. Con lo cual la narración se sirve fragmentada. De esta manera, el lector tiene conocimiento de los hechos de la manera que lo sería alguien que hubiera encontrado estos escritos. Sin embargo, al cambiar de medio, del literario al cinematográfico, el espectador ya no es testigo de los acontecimientos de manera diferida a través de los escritos de terceros, sino que estos ocurren directamente ante sus ojos. Como película, el formato original de la historia resulta artificioso y abrupto. Le falta fluidez, que la narración transcurra de manera orgánica.

Y no es ya solo el formato original de la novela, sino el hecho de tener que condensar el contenido de la novela en un metraje tan limitado como el que puede ser el de una película, aun cuando en este caso dura unos 130 min.

El Principe Vlad en Londres
Drácula como el Principe en Londres.

En general, las escenas parecen recortes, que se destacan por mostrar lo que se ha hecho más icónico de ellas gracias a otras versiones. O por el diseño de vestuario. O por la fotografía. Todo ello en detrimento de lo esencial, de que realmente nos esté contando qué está pasando. Algo que quizás pasa algo desapercibido precisamente al apoyarse en el conocimiento previo de la obra por parte del espectador. El caso es que las escenas en general parecen apresuradas, centradas en una frase que se debe decir, o una situación que se debe mostrar, antes de saltar a la siguiente escena.

En este aspecto hay una en concreto, que sobresale, que no tengo claro si tachar de cómica o directamente ridícula. Se trata de aquella en la que se nos presenta a los tres pretendientes de Lucy. Es una escena que transcurre en una especie de fiesta. Entonces llega el primero de ellos y Lucy hace algún comentario jocoso sobre él a Mina, para que inmediatamente haga acto de presencia el segundo, Lucy haga lo propio, y entonces llegue el tercero. Todo es apresurado en esa escena, como si hubiera que despacharla rápido para dar paso a la siguiente. Y por ello carece de contextualización: no sabemos exactamente qué fiesta es, por qué están allí, ni quiénes son los anfitriones. En teoría se trata de la casa de los Westenra, los padres de Lucy, a quienes ni tan siquiera se nos presenta. Y, como digo, siendo este el caso más llamativo, en realidad toda la película adolece de esta factura.

Mina y el Primcipe Vlad
Mina y el Principe en Londres.
 

Además, Coppola intenta darle un trasfondo de romanticismo a Drácula, añadiendo una parte de la historia, un romance con Mina, con base en el personaje histórico real de Vlad el Empalador. En principio el personaje se presta a ello ya que en la novela nunca conocemos su punto de vista, no hay cartas o diarios escritos por Drácula. Sin embargo, esto a su vez juega en contra de la idea de Coppola ya que en la novela Drácula es simplemente el monstruo. Poco más que un animal, como el Tiburón (1975) de Spielberg, el Alien (1979) de Ridley Scott o el Terminator (1984) de James Cameron. Es muy difícil conciliar las motivaciones del Drácula romántico que pretende Coppola con el Drácula animal: si pretendes conquistar a una dama… no te comas a su mejor amiga. Está feo.

A todo esto, le añadiría el pomposo lenguaje romántico… por no decir empalagoso, de los que los personajes hacen uso en la novela. En esta, al estar escrito todo de primera mano por los propios personajes, el lector acaba aceptando pronto que los personajes hablen así. En cambio, en la película, al perder el grueso de toda esa narración porque lo estamos viendo, cuando algo de este lenguaje aparece en alguno de los diálogos suena chocante, como por ejemplo en la familiaridad con la que Abraham Van Helsing habla con Mina sin apenas conocerla.

Drácula como Vlad
El Principe Vlad y Elisabetta


Y es una pena porque en general la factura de la película es excelente. La fotografía, el diseño de vestuario, la música, las interpretaciones... Cuando el guión les da para ello. Porque hay actores como Cary Elwes (La Princesa Prometida, 1987) muy desaprovechados. Y particularmente cuando pienso en Mina Murray siempre me viene a la cabeza la versión de Winona Ryder. Quien por cierto, a pesar de no ser acreditada como productora, fue la primera y principal impulsora de la película, ofreciéndole a Coppola la dirección y sugiriendo a Keanu Reeves y a Gary Oldman para sus respectivos papeles. 

Creo que es una película que se habría beneficiado de un metraje notablemente superior, en el cual las escenas, en vez de encorsetar los diálogos, hubieran efectivamente narrado realmente lo que acontece en ellas. Incluso se habría visto beneficiada si se hubieran contado de manera explícita cosas que en la novela realmente ni siquiera se nos cuenta con detalle, como el viaje de Drácula en el Demeter. Siempre en mi opinión, este es un caso, por la forma en la que está escrita la novela, que exige que un buen guionista sepa cubrir los huecos, que sepa adaptar a un formato totalmente distinto, y que el director sea consciente de cuando eso no ocurre. Y estamos hablando del director de El Padrino (1972). Me es complicado entender que pasó aquí, pero a mí, al menos, la película no me parece satisfactoria. Quizás la próxima vez que vea.



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